La complejidad de la realidad en la que estamos inmersos hoy requiere que desarrollemos nuevas competencias emocionales para la creación de una mentalidad que asuma los desafíos como oportunidades de transformación. Si ya de por sí el contexto global es incierto cada vez que comenzamos un nuevo proceso de cambio inevitablemente nos enfrentaremos a lo desconocido.
Muchas veces el motivo por el cual no tomamos iniciativa es por que no nos permitimos ser principiantes en lo que hacemos. Si debemos ser perfectos en nuestra tarea y no hay lugar al error, lo que va a ocurrir es que vamos a paralizarnos. Fruto de la autoexigencia y del miedo al fracaso, todos desarrollamos en nosotros un juez, un censor, un pequeño –o no tan pequeño– crítico interior. Conocerlo nos va a permitir comprender qué tanto miedo al error tenemos y cómo respondemos a situaciones en las que debemos asumir el riesgo de tomar iniciativa.
Pero el principal miedo que surge a la hora de decidir avanzar o no hacia lo desconocido, tiene su base en un desafío un poco más complejo que el perfeccionismo, síntoma claramente observable en muchas personas pero que como tal esconde detrás una complejidad mucho mayor.
Salir de la zona de confort y tomar la iniciativa desde la lógica de la proactividad abre la posibilidad de no estar a la altura de las circunstancias. Si no arriesgamos no corremos el miedo de descubrir qué potencial tenemos, o mejor dicho, que potencial no tenemos.
La paradoja que se plantea en esta situación es que para tener las herramientas que nos den la confianza de asumir la iniciativa primero debemos salir a la aventura. Nunca vamos a saber de lo que somos capaces sino no nos animamos a enfrentar el desafío de cambiar. Es justamente en esos momentos de incertidumbre, es que si nos animamos a tomar la iniciativa vamos a poder descubrir todas aquello que tenemos como fortaleza y también cuáles son nuestras debilidades a mejorar.
Tomar la iniciativa es asumir el riesgo que implica el encuentro con lo desconocido. No solo a nivel externo (nueva realidad, nuevas personas) sino también y sobre todo, a nivel interno. Es descubrir nuevas formas de ser fruto de los nuevos roles que cumplimos y sobre todo el nuevo potencial que implica tomar la iniciativa.
No Pidamos iniciativa a nuestros equipos, sino tenemos una cultura organizacional que esté abierta al riesgo que ello implica. La pregunta que nos surge entonces, es si la cultura organizacional y los líderes que la componen están dispuestos a asumir el riesgo que implica pedir a sus equipos que tomen la iniciativa.
Podrán existir muchísimas maneras de reducir el riesgo que implica tener iniciativa, pero ambos dos términos son y serán inseparables. La pregunta no será entonces si toleramos el riesgo en nuestra organización, sino cuanta apertura tendremos a el.
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